7 Conclusión He partido de las palabras de Jesús a los de Emaús y he tratado de reconstruir los que pudieron ser los cauces de su argumentación escriturística. Jesús, recorriendo las Sagradas Escrituras les demostró con una evidencia espiritual que encendía sus corazones, que el Mesías (el Ungido, el Elegido) debía necesariamente padecer estas cosas (griego: tauta) para entrar así en su gloria. Hemos querido mostrar a qué se refiere ese tauta: estas cosas. Es la contradicción por parte de otros ungidos, elegidos y amados de Dios: los suyos no lo recibieron. Este clásico camino bíblico del rechazo de un elegido por otro, es el que debía recorrer Jesús para corregirlo. Y en esto mismo estaba el título que lo hace acreedor a su gloria. En eso está la manifestación de lo más íntimo de su grandeza propia, humana y divina.
He apuntado que, de este modo, Jesús ejerce su oficio de consolar, al decir de San Ignacio (Ejercicios Espirituales 224). Cosa que hace de modo principalísimo mediante la consolación de las Escrituras, al decir de San Pablo (Romanos 15,1-6 y 2 Timoteo 3,14-16).
Pienso que el tema de la persecución de un ungido por otro - y no solamente el tema del sufrimiento del justo paciente en general -, ocupó el puesto central en aquella Lectio de Sacra Pagina, con la que el Resucitado confortó a sus amigos; reprendiéndolos, pero también iluminándolos. Creyendo en la palabra del Peregrino, la fe encendió de nuevo la esperanza en sus corazones embotados y ateridos.
Es inevitable - como jesuita - referir este asunto a los Ejercicios Espirituales de San Ignacio y al ejercitante. Dentro de la - llamémosle así - mecánica espiritual de los Ejercicios, esta consideración puede ser uno de los puntos que el ejercitante de cuarta semana, puede agregar a los propuestos por San Ignacio (EE 222-224, 228). Si meditando en la Pasión no había advertido este aspecto de los sufrimientos de Cristo, cosa que es pasada por alto e inadvertida con frecuencia, éste será el lugar de no irse de los ejercicios sin comprender todo lo que incluyen las oblaciones hechas: desde el Rey (San Ignacio Ejercicios Espirituales 98) y Dos Banderas (Ejercicios Espirituales 147, 157, 167-168) en adelante, hasta la Contemplación para alcanzar Amor. Es algo que un discípulo de Cristo que quiere serlo a fondo, no puede ignorar, para responder con el don de sí mismo a un Dios que se le da a Sí mismo en esta forma.
Pero además, esta consideración puede ayudar al ejercitante a comprender mejor una razón estructurante de las Reglas para el sentido verdadero que en la Iglesia militante debemos tener (EE 352-370). La vida de la Iglesia, desde el colegio apostólico hasta hoy, está sometida al combate entre los apetitos contrarios, de la carne y del Espíritu (Gálatas 5,17). De ahí que, aunque en la Iglesia la rivalidad, los celos y la envidia no sean vicio exclusivo de clérigos, sean los suyos los que se han hecho particularmente escandalosos y han sido convertidos en proverbio: invidia clericalis. La cual no se refiere exclusiva ni principalmente a la emulación por las dignidades eclesiásticas, cuanto a la triste posibilidad de que se miren con malos ojos los bienes de santidad y las obras de Dios; que se juzguen malos ciertos usos, actitudes y costumbres de los fieles, que no lo son; que terminen los clérigos convirtiéndose en perseguidores de la piedad.
Por eso, es necesario aprender a obrar como Jesús, con la libertad interior que da la verdad y que será necesaria para hablar u obrar alguna cosa dentro de la Iglesia, que sea dentro de la inteligencia de nuestros mayores (San Ignacio de Loyola, Ejercicios Espirituales 351).
Haber asimilado espiritualmente este argumento, ayudará a comprender y a asumir las contradicciones de la vida de la Iglesia. Allí es inevitable tener que entristecer alguna vez a alguien (2 Corintios 7,8); o verse en la necesidad de exhortar a Evodia y de rogar a Síntique, para que tengan un mismo sentir en el Señor.